El Cabildo abre las puertas al conocimiento de la riqueza arqueológica, cultural y natural de La Aldea con el Centro de Interpretación de Caserones

• Ha invertido 1 millón de euros en estas instalaciones que proponen un apasionante viaje al pasado insular
• El espacio supondrá además una palanca para potenciar la investigación de los valores en el entorno de la Playa de La Aldea
• Una cerámica bisexuada y piezas zoomorfas únicas en la Isla muestran el carácter singular de muchas de las manifestaciones
• Los testimonios de trabajadoras del tomate o de personas que guardan memoria del Pleito de La Aldea, otro de sus atractivos

El Cabildo abrió hoy al público el Centro de Interpretación de Caserones en La Aldea, una gran ventana a los extraordinarios valores arqueológicos, etnográficos, naturales y paleontológicos que confluyen al final de la mayor cuenca hidrográfica de Canarias, donde los aborígenes habitaron durante mil años uno de los poblados prehispánicos más importantes de Gran Canaria, integrado en su apogeo por 800 viviendas en las que se gestaron manifestaciones culturales únicas.  

El Cabildo ha invertido un millón de euros en estas instalaciones que proponen un apasionante viaje al pasado y que serán la palanca para profundizar en el estudio de los secretos que oculta el subsuelo de la costa de La Aldea, por lo que destinará 75.000 euros en 2021 para investigaciones arqueológicas, además de 10.000 para actualizar el proyecto de un gran parque arqueológico alrededor de los bienes de interés cultural de Caserones y el Charco, en plena Reserva de la Biosfera, anunció el presidente de la Institución insular, Antonio Morales, junto al consejero de Presidencia, Teodoro Sosa, y el alcalde de La Aldea, Tomás Pérez.

El Centro de Interpretación sumerge al visitante en un universo cultural alimentado por las condiciones naturales que sustentaron la prosperidad de aquella primera población aldeana gracias a acuíferos, suelos fértiles, importantes recursos marinos y la gran marisma, que los expertos estiman que tenía una extensión al menos cinco veces mayor que la actual marciega.

La primera sala a la que accede el público muestra los tesoros arqueológicos del enclave a través de las réplicas de vasijas, ídolos, pintaderas y una curiosa pieza cerámica bisexuada junto a imágenes en alta resolución de burgaos con ranuras que en Gran Canaria solo se han hallado en La Aldea y Gáldar, restos óseos humanos y figuras zoomorfas absolutamente singulares en el contexto de la Isla y que parecen representar tortugas o aves marinas, quizás incluso los guinchos o las aves migratorias que frecuentaban El Charco.

Esta sala arqueológica se completa con textos y vídeos que revelan que el asentamiento, que llegó a tener picos de población de más de 2.000 personas, fue el corazón de un entorno rico en elementos culturales que se manifiestan en túmulos funerarios, las estructuras ligadas a las creencias aborígenes en Montaña de Los Horgazos que le hablan al cielo a 1.059 metros de altura o en los grabados antropomorfos del Furel y Las Gambuecillas, escenario al que se suma el yacimiento paleontológico en el que se descubrieron fósiles de una nueva especie de rata gigante, la Canariomys tamarani, robusto roedor de casi un kilo.

La importancia de Caserones se refleja en el asentamiento a mediados del siglo XIV de una misión de frailes mallorquines, una avanzadilla de la Conquista de Gran Canaria, proceso que no concluyó hasta 130 años después y al que estos monjes se adelantaron con la construcción de una pequeña ermita bajo la advocación de San Nicolás en la zona de El Roque.

Cuando la memoria es un nombre

El Centro nace para levantar definitivamente el manto de polvo y olvido que cubrió durante siglos muchos de los valores arqueológicos de la Playa de La Aldea, pues la Conquista puso fin al esplendor del caserío aborigen y trasladó el centro de la vida al interior del valle, aunque las referencias toponímicas a la Era de las Casas Grandes, la Iglesia de los Canarios y, por supuesto, Caserones, evidencian que los nombres se convirtieron en guardianes de la memoria.  

La sala etnográfica y de cultura viva pone al público cara a cara con una gran fotografía de tomates, pues paradójicamente fue este cultivo el que devolvió el eje de La Aldea a la costa en el siglo XX de la mano del muelle, las gabarras, la maquinaria y la mano de obra a pie de puerto que demandó su importación.

El Centro subraya la importancia del tomate para La Aldea con las tomateras sostenidas con cañas en uno de los patios y con el testimonio de María Trinidad Castellano, a la que el pueblo llama Yolanda, cantante de puntos cubanos, tejedora y pionera del proyecto de desarrollo comunitario aldeano que refrenda que antiguamente las mujeres tenían tres trabajos, uno recogiendo tomates, otro empaquetándolos y un tercero al cuidado del hogar.  

La restauración de una barca abandonada estructura la parte que el Centro dedica a la pesca, que propone escuchar los recuerdos de viva voz de varias mujeres que también se hacían a la mar al igual que los hombres.

El visitante se embarca a continuación en un viaje con la imaginación que le traslada a la época en la que los aborígenes embarbascaban la marisma con leche de tabaiba para adormecer a los peces, contenido que se refuerza con las declaraciones de un grupo de jóvenes malienses que aseguran que en su país se celebra una fiesta idéntica a la de El Charco de La Aldea.  

El recorrido aclara que este edificio de trazas vanguardistas se levantó sobre la estructura del Parador de Turismo que se construyó en los años 70, cuando “aquí no venían ni arquitectos ni aparejadores”, como recuerda Angelito, constructor que levantó con su cuadrilla esta infraestructura que forma parte de la memoria local porque allí se celebraban bodas, fiestas y reuniones.

Un viaje desde “el fin del mundo”

Era imposible que el Centro no hiciera escala en el Pleito de La Aldea, litigio de tres siglos originado por las reclamaciones de los colonos y medianeros del mayorazgo de los marqueses de Villanueva sobre la propiedad de la tierra, enfrentamiento que concluyó con la intervención del Estado y el reparto de parcelas, capítulo en el que resultó esencial la visita a Madrid del párroco Vicente Bautista, que se plantó en el despacho del ministro de Gracia y Justicia, Galo Ponte, y proclamó que de allí no se movía hasta verlo, porque venía “casi como del fin del mundo”, rememora a sus 90 años su sobrino, Antonio Perera.

Este asombroso “fin del mundo” forma parte de la Reserva de la Biosfera, figura que también cuenta con sitio propio en el Centro de Interpretación con audios, textos divulgativos y códigos QR. Igualmente, el Cabildo ha impulsado a través de la Reserva el proyecto de ecoturismo Ecotur, que ha incluido la ordenación del humedal y programas de divulgación y formación.

El Cabildo ha destinado este año 65.000 euros al encargo de gestión del Centro de Interpretación, cantidad que se elevará a los 180.000 euros en 2021 para garantizar la apertura diaria de 10 a 17 horas y relatar de lunes a domingo la historia de 1.500 años de vida a orillas de La Marciega y el Atlántico.

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